viernes, 5 de octubre de 2007

LA CATEDRAL DE SANTIAGO

Discurría el siglo nono y un ermitaño y santo hombre, Pelagio, caminando por Iria reconoce la luz divina que se abre paso en el tupido bosque acompañada de cánticos de ultratumba. Se lo cuenta al obispo Teodomiro, quien en procesión acude al lugar del prodigio. Encuentran un arca de mármol de apariencias romanas y creen hallar en su interior los despojos del apóstol Santiago. Alfonso II el Casto, rey de Asturias, hombre religioso y gran devoto, mandó alzar una ermita para venerar el lugar. La confirmación de la reliquia por el papa León III implica carácter notarial y la buena nueva recorre todos los confines ibéricos con glosas de divinidad.

Occidente tiene su nueva Roma, la monarquía logra aumentar su respeto, aviva el fuego de la liberación y la recuperación de los valores cristianos ante el Islam usurpador alcanza las necesarias motivaciones para la Reconquista. El poder cultural, político y militar musulmán será amenazado por la nueva savia creadora de caudillos y guerreros.

En la Iria Flavio romana predicó un discípulo de Jesús. La Virgen se apareció a Santiago sobre un pilar en Zaragoza. El Apóstol murió decapitado en Jerusalén. El traslado de sus restos al “fin de la tierra”, un misterio. Poetas y prosistas, historiadores y costumbristas, teólogos y pensadores podrán cuestionar el significado de la efeméride y la autenticidad de los huesos. Pero la leyenda es la creencia de los siglos. Y la creencia es auténtica

Pese a la extrañeza que provoca la leyenda, lo cierto es que su poder se multiplica, nace el símbolo, el estandarte contra el moro, y sobre un caballo blanco surge Matamoros.

¡Santiago y cierra España ¡ Grito de guerra y hazañas de norte a sur corren por las montañas, cruzan los ríos y empujan a los sarracenos. Nace una orden militar y el Arzobispo de Compostela la nomina de Santiago. Esta milicia y su prestigio es demandada desde Antioquia y Constantinopla. Los santiaguistas acuden a las luchas contra la Media Luna.

Gelmirez, el gran Arzobispo de Compostela, impulsor de la construcción de la gran basílica románica, consagró en 1105 nueve capillas, levantó el crucero y construyó el coro de los canónigos de aquella joya arquitectónica.

La leyenda se extendió. El “Camino francés” entraba en España por Roncesvalles y hasta Compostela se le bautizó como “Camino de Santiago”.

Ante el pórtico de la Basílica medraron comerciantes, quincalleros, buhoneros y demás menestrales, quienes se aprovechaban de los peregrinos por sus demandas: objetos de todo tipo con referencia al Apóstol, imágenes y cruces pasadas por su cuerpo, esquilas de los bueyes portadores del cadáver, conchas con poder milagrero, mapas de rutas por donde había predicado, bordones de madera del bosque donde fue encontrado y calabazas con agua de una fuente del santo lugar. Albergues, yerbas curativas, bálsamos para los pies, curas que se prestaban para confesar a los de lenguas extranjeras, ayuda de todo genero y hasta putas limpias se ofrecían. Los peregrinos (capa, sombrero de alas con la venera por emblema, bordón, calabaza y mochila) fueron sucediéndose de generación en generación durante años y siglos, con procedencia de todos los confines del mundo cristiano. Llegaban sucios y pestilentes. Tras hacer sus abluciones y como persistía el hedor al entrar en la basílica hubo de instalarse un enorme incensario, el famoso botafumeiro que sahumaba al templo repleto de fieles.

El ritual se crea en la impresionante Plaza del Obradoiro ante la magna entrada a la Catedral en la columna central del Pórtico de la Gloria. En su parteluz, el tiempo y la piedad han labrado cinco hoyos. El peregrino pone en ellos sus dedos y pide tres íntimos deseos. La superstición o la credulidad les llevan también a dar tres cabezadas contra la estatua en la que se inmortalizó el maestro Mateo, autor de la gran arquitectura románica. Dicen que los cabezazos despejan la inteligencia y mejoran el entendimiento. En su interior, en una urna de plata están los que se consideran restos del Santo Apóstol.

La Leyenda quedó reflejada desde los Cantares de Gesta hasta la Literatura de nuestros días. Su grandeza reside en su persistente actualidad, donde creyentes y no creyentes participan de unas necesidades, para unos espirituales, para otros inminentemente culturales.

Después de Roma, Santiago. Su iglesia ha tenido privilegios excepcionales, desde el nombramiento de cardenales hasta el de celebrar cada siete años un Año Santo de jubileo internacional. Soberanos de todo el mundo han acudido al jubileo. Prelados de otras iglesias, monjes de otras confesiones, sabios y grandes santos fundadores, como Francisco de Asís y Domingo de Guzmán.

La leyenda de Compostela está en su segundo milenio.