domingo, 8 de septiembre de 2013

IBERIA, SUS PRIMEROS POBLADORES



Los iberos fueron los primeros pobladores de la península. Y aunque existió la creencia de que eran originarios de otras tierras, hoy se sabe que fueron autóctonos gracias a la utilización del carbono14 y a las nuevas tecnologías de estudio. La primera referencia escrita que se tiene de ellos es gracias a los griegos, en el siglo VI a.C.

El pueblo celta (1200 a.C.), extendido por toda Europa, se establece por el norte peninsular, uniéndose después con los iberos, los celtiberos. Los fenicios (siglo IX a.C.), activos comerciantes que llegaron del otro extremo del Mediterráneo en su costa oriental, se situaron en el sur, fundando las ciudades que hoy conocemos como Cádiz, Málaga y Córdoba entre otras. Nos dejaron el alfabeto, posteriormente desarrollado por los griegos.

Más tarde (siglo VIII a.C.) llegaron los griegos asentándose por la zona de Cádiz. Poco después, lo hicieron los griegos focenses, estableciéndose en el  norte de las costas mediterráneas, en Rosas y Ampurias, con su aportación cultural de la moneda como valor de cambio, el cultivo del olivo, así como su utilización para la obtención del aceite y el legado de la escritura.

Las costumbres agrícolas hacían que fueran diferentes las formas de “amontonamiento de la paja”. Esto ha llevado a configurar una línea divisoria en la Península Ibérica entre los iberos y los celtas. La forma de barraca piramidal era la que utilizaban los iberos para su amontonamiento y correspondía a las zonas Este mediterránea y Sur hasta Portugal. Hacia el norte, la zona de los celtas, los amontonamientos se remataban en forma redonda.

LA ESPAÑA ROMANA

La conquista del mar Mediterráneo fue el gran reto para Roma y Cartago, ambas civilizaciones enfrentadas por conseguir su dominio. Tras un periodo de tres guerras, las conocidas como “púnicas” que se sucedieron en el transcurso de más de cien años (264 aC-146 a.C.),  Roma terminó destruyendo la ciudad de Cartago, erigiéndose con su victoria en la dueña absoluta del Mar Mediterráneo, así como de las tierras que en él se bañaban. Con anterioridad, los cartagineses habían invadido la península, con importantes asentamientos en la zona sur, destruyendo Sagunto y fundando la ciudad Cartagena, lo que motivó el inicio de la II Guerra Púnica (219 a.C. al 201 a.C.)

La península ibérica significó para Roma un centro logístico de suma importancia en el transcurso de aquellos años, al descubrir en ella la riqueza minera tan necesaria para sus fines bélicos, la madera de sus inmensos bosques, así como el mejor lugar de descanso para sus tropas y el mejor camino hacia el norte de África, donde crear una pinza sobre los dominios cartagineses con el fin de aniquilarlos. Al conseguirlo, se apoderaron de la península que denominaron como Hispania. Se crearon ciudades y se construyeron las calzadas necesarias que las comunicaran entre sí, con una “vía augusta” que desde Cádiz llegaba a los Pirineos como principal referencia de todas las existentes en el interior peninsular, a las que recogía y guiaban con dirección a Roma. Y para sus habitantes, ciudadanos romanos con los mismos derechos a los que disfrutaban quienes vivían en la capital del Imperio, se edificaron anfiteatros donde gozar de sus espectáculos, baños donde relajarse, circos donde disfrutar sus juegos, ágoras donde reunirse, y templos donde rendir sus cultos procurando siempre alcanzar el mayor grado de similitud en todas las ciudades romanas para que sus ciudadanos no se vieran huérfanos de sus costumbres. 

España absorbió toda la cultura romana y terminó adoptando su lengua, romanizándose en su totalidad. Sin embargo, más que una unidad política, la península ibérica representó una base para las tropas romanas a las que Roma habilitó de todos los medios para que no se sintieran como lejos de su ciudad, sino como si entre las siete colinas de Roma se encontraran, gozando sus momentos de placer.

Roma, que permaneció en la península desde el año 218 a.C. cuando desembarcó en Ampurias, hasta los inicios del siglo V (invasión goda), dividió inicialmente a Hispania en dos provincias administrativas, la más próxima a la capital romana: la Citerior, que tuvo su capital en Tarraco (Tarragona) y fue extendiendo su dominio hasta llegar a Galicia; y la más lejana a Roma: la Ulterior, que si ocupaba en un principio todo el valle del Guadalquivir, amplió más tarde su territorio hasta alcanzar la parte occidental peninsular; siendo su capital Córdoba y Cádiz que se alternaron. Fue Cesar Augusto en el año 27 a.C. quien dividió a la Hispania Ulterior en dos provincias: la Lusitania, la actual Extremadura y Portugal con Mérida como su capital, y la Bética, hoy Andalucía. Mientras permanecía inalterable la tercera provincia de la Tarraconense que cubría el nordeste peninsular. 

División peninsular que permaneció hasta el fin del Imperio Romano, el que ya había sido dividido a la muerte de Teodosio en dos mitades, el de Occidente y el de Oriente. La caída de la primera mitad, el de Occidente, significó el inicio del Imperio Bizantino con su capital en Bizancio, Constantinopla, cuya caída, en 1453 por los turcos, representó el final definitivo de un Imperio nacido a pies de Roma y el inicio de la Edad Moderna.

Hispania, según algunos testimonios, dio al Imperio cinco emperadores, aunque en tres de ellos, Galba, Adriano y Máximo se tienen dudas acerca de su lugar de nacimiento por falta de documentación que acredite el hecho cierto. Trajano nació en Itálica, ciudad próxima a Sevilla, lugar que también se considera por algún historiador, rebatido por otros, como la cuna de Adriano, su sucesor. Y Teodosio, nacido en Cauca, la actual segoviana Coca. Siendo los emperadores más importantes de todo ellos, Trajano y Adriano. Seneca, el famoso filósofo romano nació en Córdoba.

El debilitamiento de Roma auspició la caída de su Imperio y en el año 409 las tropas de origen germánico invaden Hispania. Eran aquellos los años del inicio de la EDAD MEDIA en la que lentamente fueron estableciendo su poder hasta llegar a instaurar la “monarquía visigótica”. La que terminó adoptando la religión católica  renunciando a la propia, el arrianismo, la religión desarrollada por Arrío, el sacerdote cristiano de Alejandría.