viernes, 19 de diciembre de 2008

LA ILUSTRACIÓN

El Siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces, corresponde al de “la ilustración”: un movimiento europeo de renovación cultural en el que Montesquieu, Diderot, Voltaire y Roseau fueron los más importantes ilustrados. En España destacaron Jovellanos, Feijoo y Mayans. El principio fundamental de los ilustrados estaba en el individuo, en la razón, y en base a ello proponían la centralización. La centralización es la civilización, decían.

Sin embargo, a finales de siglo, y pese al esfuerzo del Carlos III por culturizar a la sociedad española con importantes aportaciones reformadoras, los resultados logrados no fueron los que se esperaban. Hay que tener en cuenta que el analfabetismo alcanzaba al ochenta y cinco por ciento de la población, lo que hacía más acuciante la creación de centros docentes, pero al mismo tiempo, el llegar a la meta deseada encerraba una mayor dificultad.
.
No sólo en España, sino también en Francia, salvado su refinamiento, “la ilustración” se convirtió en lo que ha sido reconocido como el “despotismo ilustrado”, es decir: todo para el pueblo pero sin el pueblo.

Y precisamente “los ilustrados”, los que queriendo educar a las masas conforme a lo que ellos entendían como los mejores hábitos y creencias, fueron los primeros en criticar a nuestros clásicos del Siglo de Oro, que veían a sus obras literarias como hechos negativos, el haber transmitido al pueblo tanto ideas picarescas y de jolgorio, como el intento de redundar en las críticas satíricas contra la monarquía, a la que trataron de desprestigiar.
.
Fue así, cómo “la ilustración” se convirtió en una dictadura del pensamiento con el único fin de educar a las masas, diciéndolas qué y cómo tenían que pensar. Pertenecieron los ilustrados al “grupo de los golillas”, los representantes de las clases medias cultas incorporados en torno a Carlos III y sus ideas reformadoras, siempre cercanos al poder.

La centralización se impuso en toda Europa. El Archiduque Carlos, que abandonó sus interés por la corona española para convertirse Emperador del Sacro Imperio Románico Germánico, impuso en éste la centralización, pese a sus promesas autonomistas pregonadas en España.

viernes, 27 de junio de 2008

LOS ALMOGÁVARES

El origen de los soldados almogávares es incierto: la milicia legendaria que tantos días de gloria diera a la Corona de Aragón. Nacidos para guerrear, se enfrentaron a las tropas moriscas no solo en tierras españolas, sino también en las griegas defendiendo a los bizantinos de la amenaza turca.

Se habla de su presencia a comienzos del siglo IX en el sitio de Barcelona, cuando Ludovico Pío recuperó la ciudad para el reino franco en la franja pirenaica conocida como la Marca Hispánica
, bajo dominio entonces de los reyes carolingios a los que los condes de Barcelona rindieron vasallaje. Sin embargo, otros, sitúan a los almogávares en los comienzos del siglo XIII, según cuenta el catalán Ramón Muntaner en sus famosas Crónicas. Y no solo como narrador directo de tan bravas batallas a las ordenes de Roger de Flor en la ciudad de Constantinopla para defenderla de los turcos, sino como partícipe directo y bravo guerrero de tan épicas gestas.

El nombre de almogávar, árabe, viene de una milicia (los almogárabes), algo salvajes ellos, quienes a las órdenes del caudillo Bahlul peleaban a favor de los cristianos en los años 801 y siguientes. Ramón Berenguer, al sitiar Lérida en el siglo XII en poder de los árabes, lo hizo ayudado por los almogárabes.

Componían sus tropas guerreros montañeses de Cataluña, Navarra y Aragón, a las que sus campañas por el Peloponeso se les sumarían soldados valencianos y mallorquines.

Gente pobre, valiente, robusta y acostumbrada a las privaciones, hacían del combate su única forma de vida, y utilizaban las pieles de animales como vestidos, protegían sus pies con abarcas de cuero y su yelmo era una red de hierro que les llegaba a la espalda. Y sus armas de ataque, junto el ¡Aur!, y el ¡desperta ferro!, las completaban mediante la espada y el venablo. Y como testigos de sus hazañas y afrentas, les acompañaban siempre sus esposas y sus hijos.

Los almogávares, auténticos monstruos de la valentía, lucharon en la guerra de Sicilia a favor de Jaime II, el rey Justo de la Corona de Aragón, que proclamado Rey de Sicilia los dirigió hacia el Oriente en defensa de los griegos bajo el mando de Roger de Flor, un bravo guerrero deseoso de aventuras de origen italiano, atendiendo a la petición del emperador bizantino Andrónico.

Por las tierras de Asia Menor, la actual Turquía, lograron grandes victorias, las que les permitieron alcanzar el poder en diversas ciudades, de cuyo mando se apropiaron frenando el avance del islam. De sus constantes triunfos, destacó el logrado con pocos más de 6.000 bravos soldados que se enfrentaron a un ejército de 30.000 turcos. En homenaje a su victoria, los almogávares desfilaron ante el Emperador por las calles de Constantinopla, siendo recibidos con todos los honores. Andrónico concedió a Roger de Flor diversos títulos, entre ellos el de Cesar, y le ofreció la mano de la hija del rey de Bulgaria, que también era su sobrina.

Sin embargo, Roger de Flor fue asesinado por los mismos bizantinos por la ambición y ansias de poder que en él se anidaban, siendo el hijo del Emperador el que indujo a la muerte del bravo jefe.
.
Intentaron también acabar con las tropas almogávares, mas no lo consiguieron. Era tal la bravura de estos, aumentada aún más por el asesinato de su jefe en cobarde estratagema, que no sólo no lo lograron, sino que se vieron atacados al grito de ¡desperta ferro! al mando de Berenguer de Enteza y amenazados en sus propias tierras tracias y macedónicas en medio de una gran devastación, adueñándose los almogávares del Ducado de Atenas y de otros estados griegos en nombre de la Corona de Aragón.

Fue la conocida como la “Venganza Catalana” en cuyo nombre ha pasado a la historia la respuesta a la muerte del jefe de aquellos bravos y legendarios guerreros, que tantos lauros conquistaron alcanzando gran fama por su arrojo y por su valentía en el combate.

miércoles, 7 de mayo de 2008

LA BATALLA DE CLAVIJO


"O el tributo de las Cien Doncellas"
La historia de los pueblos se fue generando a través de hechos legendarios que tuvieron como protagonistas las heroicidades de sus hijos. En ocasiones, fue necesario el recurso a la leyenda o patraña ante la necesidad de enaltecer el espíritu guerrero de los participes, llamados como estaban, al logro de las grandes gestas.

Dice la leyenda que fue Mauregato, rey de Asturias entre los años 783-789, quien compró el auxilio de Abderramán. Quién sabe si fue debido a su condición de hijo de mujer mora. Y lo hizo, a cambio de entregarle una vez al año, por parias, cien doncellas: cincuenta nobles y otras tantas que no lo eran: hijas del pueblo. Esta falsa fábula, la de las cien doncellas, ha dado argumentos al romancero español en diversas ocasiones recreándonos con bellos poemas.

Fue en La Rioja donde Ramiro I (791-850), Rey de Asturias, se opuso al pago del tributo que le exigía Abderramán de Córdoba y por ello libró una cruel batalla cerca de Clavijo. Sufrieron una sangrienta derrota y en el insomnio de aquella noche, entre agobios y pesares, nos cuenta la leyenda que se le apareció el apóstol Santiago animándole a que al amanecer volviera a la lucha, y que él mismo participaría, ayudándoles, en la contienda contra los sarracenos.

Hizo caso al Apóstol y tornó a la batalla al día siguiente. Fue entonces cuando en medio de aquel clamor apareció un jinete vestido de blanco y sobre blanco caballo. Blandía una espada de plata y exterminó el solo a la mayoría de los moros quienes emprendieron la huida hacia Calahorra, incapaces de hacer frente al desconocido guerrero.

Todos le aclamaron como el Apóstol Santiago, y así nació la leyenda. El grito de ¡Santiago! ¡Santiago cierra España! fue el gran impulso que motivó hacia la victoria final a los cristianos de todos los rincones de España. El Apóstol predicador se había convertido también en Santiago Matamoros desde aquel imaginario instante. El Apóstol, a caballo desde Clavijo fue el que facilitó la conciencia de llegar hasta Granada. La gloria de este desenlace se atribuyó a medias a Ramiro I y al Apóstol.

Años más tarde, emulando el recuerdo de Clavijo, se consiguió la importante victoria de la batalla de Albelda sobre los mahometanos. En esta ocasión fue de probada existencia y también se llamó de Clavijo. El vencedor fue Ordoño I, hijo de Ramiro I, en el año del señor 860. Esta victoria trajo consigo el fortalecimiento de las zonas de Álava y Castilla para la cristiandad.

La “batalla de Clavijo” supuso el fin del tributo de las cien doncellas, pero en su reemplazo se fundó el privilegio de don Ramiro, el “Voto de Santiago”, por el que desde entonces, todos los años, se entregaba a la iglesia de Santiago ciertas medidas de los frutos de la tierra, así como una parte del botín conseguido a los moros en todas las expediciones.

Felipe IV en 1643 modificó la ofrenda, y en su nombre, el gobernador de La Coruña debía de entregar mil escudos de oro al Santo Apóstol el día de su festividad.

De este privilegio no existía documento alguno que atestiguara su veracidad y por tal motivo, en las Cortes de Cadiz de 1812, se abolió el tributo público del “Voto de Santiago”.

No obstante, años más tarde, se restituyó la costumbre, y su importe tuvo consignación especial en el presupuesto de Gracia y Justicia durante la Restauración borbónica hasta la instauración de la II República Española.

Las falsas leyendas son hábitos comunes en la historia de todos los pueblos, pero no hubiesen sido posibles de no existir sentimientos de ilusión y de noble creencia enquistados en sus paisanos. Esto nada tiene que ver con las mentiras, engaños y odios que otros procuran en su beneficio personal para el enfrentamiento entre la gente, a la que en vez de conducirla hacia la hermandad, la arrastran a su fracaso.

domingo, 27 de abril de 2008

FELIPE II


Fue con Felipe II, debido sobre todo a que decidiese llevar desde su patria la política de todos sus territorios, cuando ya se puede hablar sin duda alguna del Reino de España. En 1561 estableció la corte en Madrid. Hombre culto, prudente y de firmes convicciones religiosas, Felipe II culminó con gran éxito la política organizativa de su padre, dando gran poder a los Concejos, cuyas actuaciones fueron de gran ayuda para el Monarca.

Para conmemorar su triunfo contra los franceses en la batalla de San Quintín, mandó construir el monasterio del Escorial y lo convirtió en su “casa centro de dirección del mundo”. Dedicó muchas horas del día a su trabajó y estableció las bases de un posterior Estado moderno.

Consiguió la corona de Portugal con sus colonias africanas y orientales. Legazpi conquistó Filipinas y otros islotes de Oceanía, extendiendo su dominio hacia todos los meridianos. “En su imperio no se ponía el sol” era la frase que mejor reflejaba la grandeza del imperio español. Se puso del lado de la Contrarreforma impidiendo los movimientos protestantes en sus territorios, sin embargo, exigió al clero la impronta de una vida ejemplar, dotándoles de los medios adecuados para que resultara más fructífera su divina misión.

En alianza con el Papa, Génova y Venecia venció a los turcos en Lepanto (1571), batalla naval al mando del hermanastro del rey, Juan de Austria, y de esta forma el peligro otomano despareció para siempre en el continente europeo. Su mayor fracaso vino con la derrota de la Armada Invencible (1588) en su deseo de invadir Inglaterra, decisión a la que se resistía por su condición de prudente. La actuación de los corsarios, que por encargo de la reina Isabel abordaban los barcos españoles cargados de plata y oro, fue una de las razones de atacar a Inglaterra, y la ejecución de María Estuardo significó la espita que decidió la invasión, la que se produjo en 1588 y que representó un gran fracasó para la corona española.

Felipe II, tuvo su episodio negro con el asesinato de Escobedo, secretario de Juan de Austria al que se acusaba de conspirar contra el rey a favor del hermanastro. Antonio Pérez, secretario del Rey, la princesa de Éboli y el propio monarca, fueron involucrados en aquel asesinato.

La abundancia del campesinado cada vez mas pobre, la ausencia de industria, la nobleza rentista, el abundante clero y el regreso por reemplazo de los soldados de las tierras flamencas, contribuyeron a una España de manos muertas y sin recursos, desembocada hacía una sociedad nada productiva. El oro de las Indias se iba rápidamente hacia Europa debido el enorme gasto que suponía atender los dominios europeos. Todo aquello representó el inicio del empobrecimiento de España y que terminó en un decadente siglo XVII.

Sin embargo, entre aquella decadencia, floreció un impresionante Siglo de Oro tanto en el campo de la literatura como en el de la pintura, cuyos frutos han quedado imperecederos en beneficio de la humanidad. Los nombres de Garcilaso, Lope de Vega, Cervantes, Quevedo, Calderón, Góngora, y tantos otros, asombraría después a la Europa ilustrada. Sus obras entretenían al pueblo español, y a tan inconmensurables literatos se les unían pintores de lienzos como Velázquez, Murillo, Ribera, El Greco, Alonso Cano; pensadores como Mariana y Vitoria; músicos como Francisco Salinas, Cristóbal de Morales o Tomas Luis de Victoria. Se puede afirmar, con bajo grado de error, que la coincidencia de todos estos grandes monstruos de las artes con el reinado de los Austrias supuso la existencia de una capacidad creativa jamás alcanzada hasta nuestros días.

Todo aquello concurrió en los tiempos del gran Imperio Español: los que inspiraran a sus genios tanto a su exaltación, como al anuncio de su decadencia.

lunes, 17 de marzo de 2008

AUSTRIAS MAYORES - CARLOS I

Carlos I (1516-56) fue un rey extranjero que no hablaba castellano. A su espíritu católico, se le unía su afán europeo de convertirse en auténtico Emperador y fueron varias las políticas emprendidas en este empeño. Por otra parte, sus grandes enemigos y que ponían en peligro su hegemonía en el mundo, fueron los franceses celosos de la fuerza de la Corona española, los protestantes que hacían peligrar la doctrina católica y los turcos, que ya habían llegado a Viena amenazando Europa deseando hacerse dueños del Mediterráneo.

Tuvo que dedicar su atención al Sacro Imperio Romano Germánico, gastándose gran parte del oro de las Indias con este fin. Fue proclamado Emperador, y abandonó España, cuya regencia encomendó a Adriano de Utrecht que más tarde sería el Papa Adriano VI. Durante el gobierno de éste se produjeron las revueltas de los Comuneros de Castilla en contra del pago de impuestos y los consejeros extranjeros del Rey, y la guerra de Germanía en Valencia, ésta de carácter social. En este periodo de su ausencia hubo un gran descontento general contra la política de Carlos I y sus consejeros, a los que los castellanos no querían prefiriendo que fuesen gente de Castilla.

Meditó sobre el lugar centro de su imperio, y optó por España. Con ello se hizo más español, instando a todos a unirse al gran proyecto europeo y sobre todo a centrarse en el gran mercado americano. Para una mayor eficacia en la forma de gobierno implantó los Consejos, en cuya elaboración contó con la eficacia de su administrador Francisco de los Cobos. Aquellos Consejos fueron los precursores de las actuales Administraciones o Ministerios. Fueron españoles los que hicieron la primera vuelta al mundo, lo que da idea de la preponderancia alcanzada durante su reinado.

Para asegurarse como gran potencia, intentó que su hijo fuese sucesor al trono de Alemania, pero esta idea no prosperó. Intentó unir la corona española a la inglesa con la boda de su hijo Felipe con María Tudor, hija de Enrique VIII, pero la pronta muerte de la sucesora al trono y sin descendencia, hizo imposible el gran proyecto que hubiese cambiado la historia del mundo.

Francia que era el estado europeo más poblado, intentó frenar el poderío español con sucesivas guerras entre si; hasta cinco. Con el continuo gasto de éstas, las arcas de los Austrias se vaciaban, creando las condiciones para que el Siglo XVII fuera el de la decadencia y de una pobreza de la que emergió la picaresca. Las luchas contra los turcos y su atención a las revueltas de los Países Bajos, así como mantener su poder en el Milanesado y el saqueo a Roma, fueron sus principales atenciones militares de su política extranjera. Carlos I, que fue el único emperador americano-europeo de la historia, no supo sacar partido de su privilegiada situación, al no conseguir fortalecer la economía española que hubiese hecho perdurar aquel imperio. No obstante su sueño de crear primero un imperio hispanoalemán, y más tarde hispanoingles, se convirtió en la realidad de ser auténticamente español.

Carlos I abdicó en su hijo Felipe II (1556-98) en 1556, retirándose al Monasterio de Yuste, triste y fracasado, donde falleció dos años más tarde. La corona del Emperador pasó a su hermano Fernando I y su hijo Felipe recibió los Países Bajos, el Franco Condado de Borgoña (entre Francia y Suiza), el Milanesado, otros territorios del norte de Italia, Nápoles y Sicilia. Todo ello suponía una barrera protectora de Francia y un freno al protestantismo de Lutero y Calvino, significando también un gran baluarte para defenderse de los turcos. A todas estas posesiones había que sumar las de las Indias. Fue un auténtico imperio español.

miércoles, 13 de febrero de 2008

JAIME I EL CONQUISTADOR: un nacimiento "divino"

El nacimiento del Jaime I enmarcado en el mundo oscuro de la Baja Edad Media tiene un cierto origen “divino”, como predestinado a las mejores gestas desde sus orígenes turbulentos, hasta que alcanzara a través de una carrera llena de obstáculos, de los que tanto aprendió, el sueño anhelado de crear un reino nada cortesano del que fuera auténtico Rey, lejos de los intereses partidistas de quienes a su vera, hambrientos de botines, sólo deseaban su aumentar su enriquecimiento personal.

Y fue “divino”, porque sus padres en un matrimonio de conveniencia copularon una única vez, sin que Pedro II el Católico supiera quien le acompañaba en aquel lecho de lujuria, en el que intencionadamente habían colocado a su esposa que él desconocía, apartando del tálamo a su amante para que el que naciera fuera un auténtico Rey, operación necesaria para la unificación del Reino de Aragón a los condes catalanes, siendo la nobleza los autores de aquel apareamiento “divino”

Pedro II de Aragón, el Rey Católico, que en tiempos de cruzada tenía intereses occitanos se enfrentó a Simon de Monfort, quien al mismo tiempo que se enfrentaba a la herejía albigense también deseaba frenar la expansión aragonesa. Su derrota y muerte en Muret -1213- significaron el fin de las pretensiones del aragonés a su unificación con Occitania cuyo logro, seguramente, hubiera dado un giro diferente a la Historia de España.

Jaime quedó huérfano de padres cuando tenía cinco años, heredando de su madre el Señorío de Montpellier y quedando bajo la tutela del enemigo de su padre, Simón de Monfort, sufriendo el niño un ambiente turbulento, lleno de intrigas y con amenazas de muerte. Finalmente, obligado por el Papa Inocencio III, el futuro rey aragonés fue devuelto por el noble galo al territorio que después sería su reino. Durante su infancia en el castillo de Monzón fue educado bajo la dirección del la Orden del Temple, adquiriendo la impronta de lucha contra los musulmanes que le llevaría a adquirir gran fama como conquistador, y con el intento de una cruzada a los Santos Lugares de Jerusalén, proyecto en el que sin embargo fracasó.

Coronado rey a los seis años, tuvo la regencia del conde Sancho Raimúndez. A los diez le declararon mayor de edad en Lérida y como Rey de Aragón estuvo siempre a merced de la nobleza hambrienta de riqueza. Como se demostró en su Conquista de Mallorca, realizada a base de saqueos y de crueldad con la población, contra la que se cebaron sin piedad.

Jaime I, Rey de Aragón, Rey de Valencia, Rey de Mallorca, Señor de Montpellier, Conde de Barcelona, nunca se vio como un Rey dueño de su territorio, porque siempre estuvo a merced de la nobleza que trataba de dominarle, como si se tratase de un juguete roto de muy limitado poder. Y esa fue la razón que llevó a Jaime I una vez fueran conquistadas las ciudades valencianas más importantes, unificarlas en torno a la ciudad de Valencia, que como Cap y Casal, se constituyó en el núcleo central de su proyecto político más querido, el Reino de Valencia. Del que en esta ocasión sí sería autentico Rey, sin depender de la nobleza.

Cuando se planteó en Monzón la toma de Valencia, el Rey Jaime ya había aprendido la lección y quiso que en su nuevo Reino, fuera él su único dueño sin estar sometido a nadie. Y lo consiguió. Creó fronteras con el Reino de Aragón y Condados aragoneses, en contra de los deseos de la nobleza. Instauró Cortes, otorgó Fueros y el nuevo Reino de Valencia, con su personalidad propia y diferenciada, fue creciendo bajo su reinado dotándole de los medios necesarios para convertirlo en más prospero y creando los mimbres con los que alcanzaría el Reino de Valencia su punto de esplendor en el siglo XV, habiendo sido Valencia hasta entonces la ciudad más importante cultural y económicamente de la Corona de Aragón, así como el centro decisivo de su expansión por el mediterráneo, como también el lugar de entrada del Renacimiento en España.


Jaime I prestó su ayuda a Alfonso X el Sabio, el Rey de Castilla casado con Violante, su hija, para la conquista de Murcia -1266- y a requerimiento de ésta, mostrando una clara disposición para una futura unidad peninsular. Envió al combate al infante Pedro, el que después sería su sucesor como Rey de Aragón y Rey de Valencia:

“Nos ho fem la primera cosa per Déu, la segona per salvar a Espanya”, fueron las palabras de Jaime I el Conquistador para ayudar a su yerno Alfonso, pacto al que habían llegado con anterioridad por el tratado de Almizra de 1244.

De su primer matrimonio con Leonor de Castilla, anulado por razones de consaguinidad, sólo tuvo un hijo y con su segunda esposa, Violante de Hungría, nueve, dedicados unos a sucederle en sus reinos y otros, tanto entregados a la vida religiosa como a enlaces matrimoniales con otras coronas, especialmente de Castilla.

Jaime I el Conquistador, no sólo se hizo acreedor a su apelativo por sus campañas contra el moro invasor, sino que también pudiera atribuírsele por sus conquistas amorosas que por cierto fueron muchas, especialmente después de la muerte de su esposa Violante, y que continuaron hasta el fin de sus días. De estas relaciones voluptuosas tuvo varios hijos reconocidos a los que dotó de nobleza, no descartándose la existencia de otros más, de cuya entidad no llegó a conocerse.

Como era costumbre en los monarcas europeos de aquella época medieval, Jaime I, el Conquistador, tuvo el deseo de tomar los hábitos, cosa que logró instantes antes de su muerte en Alcira (Valencia) en 1276.

Jaime I fue un hombre predestinado a su futuro. Su nacimiento “divino”, su pronta orfandad, su infancia turbulenta, su educación templaría desde muy corta edad, su enfrentamiento a la nobleza de la que llegó incluso a ser preso siendo Rey, su vida licenciosa, sus amoríos y su firme propósito de combatir al invasor tuvieron su mejor conclusión en la creación del Reino de Valencia, al que se dedicó con suma atención en una labor de muchos años, conocida gracias a los hechos narrados por él mismo en el “Llibre dels feits”, la crónica de su vida.