"O el tributo de las Cien Doncellas"
La historia de los pueblos se fue generando a través de hechos legendarios que tuvieron como protagonistas las heroicidades de sus hijos. En ocasiones, fue necesario el recurso a la leyenda o patraña ante la necesidad de enaltecer el espíritu guerrero de los participes, llamados como estaban, al logro de las grandes gestas.
Dice la leyenda que fue Mauregato, rey de Asturias entre los años 783-789, quien compró el auxilio de Abderramán. Quién sabe si fue debido a su condición de hijo de mujer mora. Y lo hizo, a cambio de entregarle una vez al año, por parias, cien doncellas: cincuenta nobles y otras tantas que no lo eran: hijas del pueblo. Esta falsa fábula, la de las cien doncellas, ha dado argumentos al romancero español en diversas ocasiones recreándonos con bellos poemas.
Fue en La Rioja donde Ramiro I (791-850), Rey de Asturias, se opuso al pago del tributo que le exigía Abderramán de Córdoba y por ello libró una cruel batalla cerca de Clavijo. Sufrieron una sangrienta derrota y en el insomnio de aquella noche, entre agobios y pesares, nos cuenta la leyenda que se le apareció el apóstol Santiago animándole a que al amanecer volviera a la lucha, y que él mismo participaría, ayudándoles, en la contienda contra los sarracenos.
Hizo caso al Apóstol y tornó a la batalla al día siguiente. Fue entonces cuando en medio de aquel clamor apareció un jinete vestido de blanco y sobre blanco caballo. Blandía una espada de plata y exterminó el solo a la mayoría de los moros quienes emprendieron la huida hacia Calahorra, incapaces de hacer frente al desconocido guerrero.
Todos le aclamaron como el Apóstol Santiago, y así nació la leyenda. El grito de ¡Santiago! ¡Santiago cierra España! fue el gran impulso que motivó hacia la victoria final a los cristianos de todos los rincones de España. El Apóstol predicador se había convertido también en Santiago Matamoros desde aquel imaginario instante. El Apóstol, a caballo desde Clavijo fue el que facilitó la conciencia de llegar hasta Granada. La gloria de este desenlace se atribuyó a medias a Ramiro I y al Apóstol.
Años más tarde, emulando el recuerdo de Clavijo, se consiguió la importante victoria de la batalla de Albelda sobre los mahometanos. En esta ocasión fue de probada existencia y también se llamó de Clavijo. El vencedor fue Ordoño I, hijo de Ramiro I, en el año del señor 860. Esta victoria trajo consigo el fortalecimiento de las zonas de Álava y Castilla para la cristiandad.
La “batalla de Clavijo” supuso el fin del tributo de las cien doncellas, pero en su reemplazo se fundó el privilegio de don Ramiro, el “Voto de Santiago”, por el que desde entonces, todos los años, se entregaba a la iglesia de Santiago ciertas medidas de los frutos de la tierra, así como una parte del botín conseguido a los moros en todas las expediciones.
Felipe IV en 1643 modificó la ofrenda, y en su nombre, el gobernador de La Coruña debía de entregar mil escudos de oro al Santo Apóstol el día de su festividad.
De este privilegio no existía documento alguno que atestiguara su veracidad y por tal motivo, en las Cortes de Cadiz de 1812, se abolió el tributo público del “Voto de Santiago”.
No obstante, años más tarde, se restituyó la costumbre, y su importe tuvo consignación especial en el presupuesto de Gracia y Justicia durante la Restauración borbónica hasta la instauración de la II República Española.
Las falsas leyendas son hábitos comunes en la historia de todos los pueblos, pero no hubiesen sido posibles de no existir sentimientos de ilusión y de noble creencia enquistados en sus paisanos. Esto nada tiene que ver con las mentiras, engaños y odios que otros procuran en su beneficio personal para el enfrentamiento entre la gente, a la que en vez de conducirla hacia la hermandad, la arrastran a su fracaso.
Dice la leyenda que fue Mauregato, rey de Asturias entre los años 783-789, quien compró el auxilio de Abderramán. Quién sabe si fue debido a su condición de hijo de mujer mora. Y lo hizo, a cambio de entregarle una vez al año, por parias, cien doncellas: cincuenta nobles y otras tantas que no lo eran: hijas del pueblo. Esta falsa fábula, la de las cien doncellas, ha dado argumentos al romancero español en diversas ocasiones recreándonos con bellos poemas.
Fue en La Rioja donde Ramiro I (791-850), Rey de Asturias, se opuso al pago del tributo que le exigía Abderramán de Córdoba y por ello libró una cruel batalla cerca de Clavijo. Sufrieron una sangrienta derrota y en el insomnio de aquella noche, entre agobios y pesares, nos cuenta la leyenda que se le apareció el apóstol Santiago animándole a que al amanecer volviera a la lucha, y que él mismo participaría, ayudándoles, en la contienda contra los sarracenos.
Hizo caso al Apóstol y tornó a la batalla al día siguiente. Fue entonces cuando en medio de aquel clamor apareció un jinete vestido de blanco y sobre blanco caballo. Blandía una espada de plata y exterminó el solo a la mayoría de los moros quienes emprendieron la huida hacia Calahorra, incapaces de hacer frente al desconocido guerrero.
Todos le aclamaron como el Apóstol Santiago, y así nació la leyenda. El grito de ¡Santiago! ¡Santiago cierra España! fue el gran impulso que motivó hacia la victoria final a los cristianos de todos los rincones de España. El Apóstol predicador se había convertido también en Santiago Matamoros desde aquel imaginario instante. El Apóstol, a caballo desde Clavijo fue el que facilitó la conciencia de llegar hasta Granada. La gloria de este desenlace se atribuyó a medias a Ramiro I y al Apóstol.
Años más tarde, emulando el recuerdo de Clavijo, se consiguió la importante victoria de la batalla de Albelda sobre los mahometanos. En esta ocasión fue de probada existencia y también se llamó de Clavijo. El vencedor fue Ordoño I, hijo de Ramiro I, en el año del señor 860. Esta victoria trajo consigo el fortalecimiento de las zonas de Álava y Castilla para la cristiandad.
La “batalla de Clavijo” supuso el fin del tributo de las cien doncellas, pero en su reemplazo se fundó el privilegio de don Ramiro, el “Voto de Santiago”, por el que desde entonces, todos los años, se entregaba a la iglesia de Santiago ciertas medidas de los frutos de la tierra, así como una parte del botín conseguido a los moros en todas las expediciones.
Felipe IV en 1643 modificó la ofrenda, y en su nombre, el gobernador de La Coruña debía de entregar mil escudos de oro al Santo Apóstol el día de su festividad.
De este privilegio no existía documento alguno que atestiguara su veracidad y por tal motivo, en las Cortes de Cadiz de 1812, se abolió el tributo público del “Voto de Santiago”.
No obstante, años más tarde, se restituyó la costumbre, y su importe tuvo consignación especial en el presupuesto de Gracia y Justicia durante la Restauración borbónica hasta la instauración de la II República Española.
Las falsas leyendas son hábitos comunes en la historia de todos los pueblos, pero no hubiesen sido posibles de no existir sentimientos de ilusión y de noble creencia enquistados en sus paisanos. Esto nada tiene que ver con las mentiras, engaños y odios que otros procuran en su beneficio personal para el enfrentamiento entre la gente, a la que en vez de conducirla hacia la hermandad, la arrastran a su fracaso.
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