Fue con Felipe II, debido sobre todo a que decidiese llevar desde su patria la política de todos sus territorios, cuando ya se puede hablar sin duda alguna del Reino de España. En 1561 estableció la corte en Madrid. Hombre culto, prudente y de firmes convicciones religiosas, Felipe II culminó con gran éxito la política organizativa de su padre, dando gran poder a los Concejos, cuyas actuaciones fueron de gran ayuda para el Monarca.
Para conmemorar su triunfo contra los franceses en la batalla de San Quintín, mandó construir el monasterio del Escorial y lo convirtió en su “casa centro de dirección del mundo”. Dedicó muchas horas del día a su trabajó y estableció las bases de un posterior Estado moderno.
Consiguió la corona de Portugal con sus colonias africanas y orientales. Legazpi conquistó Filipinas y otros islotes de Oceanía, extendiendo su dominio hacia todos los meridianos. “En su imperio no se ponía el sol” era la frase que mejor reflejaba la grandeza del imperio español. Se puso del lado de la Contrarreforma impidiendo los movimientos protestantes en sus territorios, sin embargo, exigió al clero la impronta de una vida ejemplar, dotándoles de los medios adecuados para que resultara más fructífera su divina misión.
En alianza con el Papa, Génova y Venecia venció a los turcos en Lepanto (1571), batalla naval al mando del hermanastro del rey, Juan de Austria, y de esta forma el peligro otomano despareció para siempre en el continente europeo. Su mayor fracaso vino con la derrota de la Armada Invencible (1588) en su deseo de invadir Inglaterra, decisión a la que se resistía por su condición de prudente. La actuación de los corsarios, que por encargo de la reina Isabel abordaban los barcos españoles cargados de plata y oro, fue una de las razones de atacar a Inglaterra, y la ejecución de María Estuardo significó la espita que decidió la invasión, la que se produjo en 1588 y que representó un gran fracasó para la corona española.
Felipe II, tuvo su episodio negro con el asesinato de Escobedo, secretario de Juan de Austria al que se acusaba de conspirar contra el rey a favor del hermanastro. Antonio Pérez, secretario del Rey, la princesa de Éboli y el propio monarca, fueron involucrados en aquel asesinato.
La abundancia del campesinado cada vez mas pobre, la ausencia de industria, la nobleza rentista, el abundante clero y el regreso por reemplazo de los soldados de las tierras flamencas, contribuyeron a una España de manos muertas y sin recursos, desembocada hacía una sociedad nada productiva. El oro de las Indias se iba rápidamente hacia Europa debido el enorme gasto que suponía atender los dominios europeos. Todo aquello representó el inicio del empobrecimiento de España y que terminó en un decadente siglo XVII.
Sin embargo, entre aquella decadencia, floreció un impresionante Siglo de Oro tanto en el campo de la literatura como en el de la pintura, cuyos frutos han quedado imperecederos en beneficio de la humanidad. Los nombres de Garcilaso, Lope de Vega, Cervantes, Quevedo, Calderón, Góngora, y tantos otros, asombraría después a la Europa ilustrada. Sus obras entretenían al pueblo español, y a tan inconmensurables literatos se les unían pintores de lienzos como Velázquez, Murillo, Ribera, El Greco, Alonso Cano; pensadores como Mariana y Vitoria; músicos como Francisco Salinas, Cristóbal de Morales o Tomas Luis de Victoria. Se puede afirmar, con bajo grado de error, que la coincidencia de todos estos grandes monstruos de las artes con el reinado de los Austrias supuso la existencia de una capacidad creativa jamás alcanzada hasta nuestros días.
Todo aquello concurrió en los tiempos del gran Imperio Español: los que inspiraran a sus genios tanto a su exaltación, como al anuncio de su decadencia.
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