A la muerte de Pedro IV el Ceremonioso le sucede Martín I el Humano, quien a su fallecimiento había dejado sin rey a la Corona de Aragón al no tener heredero. Se produjo entonces un periodo de dos años en el que la búsqueda de una solución al conflicto hereditario tuvo su fruto.
Durante el interregno se reunieron las Cortes de Aragón en Calatayud y Alcañiz, con grandes disputas y enfrentamientos por parte de los seguidores de los principales candidatos al trono: el duque de Calabria y el conde de Urgel. Estos incidentes alcanzaron su mayor momento de estupor con el asesinato del Arzobispo de Zaragoza, lo que hizo que la opción de un tercer candidato desbancara a los dos desacreditados bandos. La figura de Fernando de Antequera, hijo de Juan I de Castilla, que había alcanzado fama en sus luchas contra los musulmanes, emergió con fuerza. Así como su condición de regente de Juan II, su sobrino, que le dio fama de buen gobierno, de lo que tan necesitado estaba entonces Aragón
Se escuchó el consejo del Papa Benedicto XIII, el aragonés Pedro de Luna, quien propuso que un “Consejo de Sabios” estudiara la forma de elegir la mejor opción, se recurriera a votación de forma democrática y su resultado fuese aceptado por todos.
En la concordia de Alcañiz, fue designada para tales reuniones la villa de Calpe, por su equidistancia de los tres reinos de la Corona: Aragón, Cataluña y Valencia, sin que tuvieran en cuenta para esta ocasión al Reino de Mallorca, también perteneciente a la Corona de Aragón. Allí se nominaron las nueve personas del trascendental cónclave, que eligiera al nuevo Rey de Aragón. También los condicionamientos de la votación: el elegido debía alcanzar los dos tercios y obtener al menos un voto de cada uno de los Reinos participantes.
Los tres representantes aragoneses designados fueron: Domingo Ram, obispo de Huesca; Francisco de Aranda, cartujo y el letrado Berenguer de Bardaji. Por Cataluña fueron elegidos Pedro Sarrariga, Arzobispo de Tarragona; Guillem de Vallseca, letrado y Bernardo Gualbes, Conseller de Barcelona, Por la Corona de Valencia acudieron Bonifacio Ferrer, prior general de la Cartuja; el teólogo Vicente Ferrer y el letrado Giner Rabasa quien fue sustituido por Pedro Beltrán.
D. Fernando de Antequera, Infante de Castilla; D. Alfonso, Duque de Gandia; D. Jaime, Conde de Urgel; D. Luís, Duque de Calabria y D. Fadrique, legitimados por el Papa Benedicto XIII, fueron los opositores a la sucesión.
Tras largas deliberaciones resultó vencedor Fernando de Antequera, infante de Castilla, nieto por vía materna de Pedro IV de Aragón y perteneciente a la casa de los Tratámara. La que había entrado a gobernar la Corona de Castilla en 1369 por Enrique II de las mercedes, al imponerse a su hermano Pedro I el Cruel. Para conseguir sus fines, el aspirante castellano contó con la inestimable ayuda de la Corona de Aragón que veía en los Trastámara lo mejor para sus intereses. Eran los tiempos de la guerra de “los dos pedros”: Pedro I de Castilla, el Cruel para unos y el Justiciero para otros, contra Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso.
De sus seis votos alcanzados, tres fueron aragoneses, dos valencianos y uno catalán que representaba a la burguesía catalana necesitada del comercio de la lana. El 28 de Junio de 1412 fue proclamado Rey de Aragón Fernando I de la Casa de Trastámara. Esta ejemplar decisión democrática no fue manchada, a pesar de la actitud posterior del testarudo Conde de Urgel, quien no aceptó el resultado sojuzgado por su madre. Optó por la rebelión y terminó encarcelado, siendo confiscados todos sus bienes. Fue entonces cuando el Condado de Urgel se incorporó a la Corona de Aragón.
El Compromiso de Caspe ha sido contemplado como un ejemplo de madurez de las instituciones de las tres Coronas que afrontaron la transición dinástica y que significó una solución pacifica a la situación de vacío monárquico, en la que estaba inmersa la Corona de Aragón con enfrentamientos entre partidarios de los bandos opositores. Con el Compromiso de Caspe se fortaleció la potencial política hispánica, ya fecundada siglos atrás, y que daría sus frutos durante el siglo XVI. Su proceder, debería ser tenido en cuenta en la actualidad, comprometidos nuestros gobernantes actuales en desandar lo andado para disimular vergonzosamente nuestro camino de siglos, prisioneros de la mezquindad y de la ignorancia.
Durante el interregno se reunieron las Cortes de Aragón en Calatayud y Alcañiz, con grandes disputas y enfrentamientos por parte de los seguidores de los principales candidatos al trono: el duque de Calabria y el conde de Urgel. Estos incidentes alcanzaron su mayor momento de estupor con el asesinato del Arzobispo de Zaragoza, lo que hizo que la opción de un tercer candidato desbancara a los dos desacreditados bandos. La figura de Fernando de Antequera, hijo de Juan I de Castilla, que había alcanzado fama en sus luchas contra los musulmanes, emergió con fuerza. Así como su condición de regente de Juan II, su sobrino, que le dio fama de buen gobierno, de lo que tan necesitado estaba entonces Aragón
Se escuchó el consejo del Papa Benedicto XIII, el aragonés Pedro de Luna, quien propuso que un “Consejo de Sabios” estudiara la forma de elegir la mejor opción, se recurriera a votación de forma democrática y su resultado fuese aceptado por todos.
En la concordia de Alcañiz, fue designada para tales reuniones la villa de Calpe, por su equidistancia de los tres reinos de la Corona: Aragón, Cataluña y Valencia, sin que tuvieran en cuenta para esta ocasión al Reino de Mallorca, también perteneciente a la Corona de Aragón. Allí se nominaron las nueve personas del trascendental cónclave, que eligiera al nuevo Rey de Aragón. También los condicionamientos de la votación: el elegido debía alcanzar los dos tercios y obtener al menos un voto de cada uno de los Reinos participantes.
Los tres representantes aragoneses designados fueron: Domingo Ram, obispo de Huesca; Francisco de Aranda, cartujo y el letrado Berenguer de Bardaji. Por Cataluña fueron elegidos Pedro Sarrariga, Arzobispo de Tarragona; Guillem de Vallseca, letrado y Bernardo Gualbes, Conseller de Barcelona, Por la Corona de Valencia acudieron Bonifacio Ferrer, prior general de la Cartuja; el teólogo Vicente Ferrer y el letrado Giner Rabasa quien fue sustituido por Pedro Beltrán.
D. Fernando de Antequera, Infante de Castilla; D. Alfonso, Duque de Gandia; D. Jaime, Conde de Urgel; D. Luís, Duque de Calabria y D. Fadrique, legitimados por el Papa Benedicto XIII, fueron los opositores a la sucesión.
Tras largas deliberaciones resultó vencedor Fernando de Antequera, infante de Castilla, nieto por vía materna de Pedro IV de Aragón y perteneciente a la casa de los Tratámara. La que había entrado a gobernar la Corona de Castilla en 1369 por Enrique II de las mercedes, al imponerse a su hermano Pedro I el Cruel. Para conseguir sus fines, el aspirante castellano contó con la inestimable ayuda de la Corona de Aragón que veía en los Trastámara lo mejor para sus intereses. Eran los tiempos de la guerra de “los dos pedros”: Pedro I de Castilla, el Cruel para unos y el Justiciero para otros, contra Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso.
De sus seis votos alcanzados, tres fueron aragoneses, dos valencianos y uno catalán que representaba a la burguesía catalana necesitada del comercio de la lana. El 28 de Junio de 1412 fue proclamado Rey de Aragón Fernando I de la Casa de Trastámara. Esta ejemplar decisión democrática no fue manchada, a pesar de la actitud posterior del testarudo Conde de Urgel, quien no aceptó el resultado sojuzgado por su madre. Optó por la rebelión y terminó encarcelado, siendo confiscados todos sus bienes. Fue entonces cuando el Condado de Urgel se incorporó a la Corona de Aragón.
El Compromiso de Caspe ha sido contemplado como un ejemplo de madurez de las instituciones de las tres Coronas que afrontaron la transición dinástica y que significó una solución pacifica a la situación de vacío monárquico, en la que estaba inmersa la Corona de Aragón con enfrentamientos entre partidarios de los bandos opositores. Con el Compromiso de Caspe se fortaleció la potencial política hispánica, ya fecundada siglos atrás, y que daría sus frutos durante el siglo XVI. Su proceder, debería ser tenido en cuenta en la actualidad, comprometidos nuestros gobernantes actuales en desandar lo andado para disimular vergonzosamente nuestro camino de siglos, prisioneros de la mezquindad y de la ignorancia.
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